“Fue una experiencia horrible, una se levanta confundida y aterrorizada del susto y no hallás para dónde agarrar, y de pronto oís gritos (del conductor y pasajeros del carro siniestrado) y mis hijas gritan, y toda la casa se siente temblar...”, dice la señora, reviviendo en su relato los tic nerviosos de las manos entrelazadas, moviéndose entre sí, como dándose calor en la frotación de una contra la otra. Esa fue la primera vez, hace ya ocho años, en diciembre de 2000, cuando un carro “aterrizó” en la casa de la señora Rugama.
“Fue una experiencia horrible, una se levanta confundida y aterrorizada del susto y no hallás para dónde agarrar, y de pronto oís gritos (del conductor y pasajeros del carro siniestrado) y mis hijas gritan, y toda la casa se siente temblar...”, dice la señora, reviviendo en su relato los tic nerviosos de las manos entrelazadas, moviéndose entre sí, como dándose calor en la frotación de una contra la otra. Esa fue la primera vez, hace ya ocho años, en diciembre de 2000, cuando un carro “aterrizó” en la casa de la señora Rugama.